Era noviembre de 1922 y el tiempo consumía las últimas esperanzas del británico Howard Carter. Durante siete largos años, había peinado sin éxito la geografía escarpada y desértica del Valle de los Reyes. La suerte parecía darle definitivamente la espalda: su tozudez se había convertido en motivo de sorna y había agotado la paciencia y el bolsillo de su mecenas, Lord Carnarvon. Pero, justo entonces, sucedió el más formidable de los hallazgos del Egipto de los faraones.
Carter descubrió el 4 de noviembre el primer peldaño de la escalinata que conducía a la tumba de Tutankamón. Y, 20 días más tarde, derribaba la puerta tapiada que daba acceso a la primera de las cuatro estancias. "Al principio no podía ver nada. El aire caliente escapaba de la cámara agitando la llama de la vela
pero cuando mis ojos se acostumbraron a la luz, los detalles de la habitación emergieron lentamente de la niebla: animales extraños, estatuas y oro
", dejó escrito Carter de aquel instante eterno que había esperado durante toda su vida.
Noventa años después, es George Carnarvon -bisnieto del aristócrata que financió la expedición- quien narra la epopeya y recuerda el dramático desenlace a unos metros de la sepultura: "Aquel momento debió parecerle una eternidad al resto. Lord no podía soportar por más tiempo el suspense y me preguntó con ansiedad: '¿Puedes ver algo?' Las únicas palabras que me salieron fueron: 'Sí, cosas maravillosas'". "Son las dos palabras más conocidas de la historia británica reciente", confiesa Carnarvon a ELMUNDO.es.
"Es maravilloso ser familiar de alguien que estuvo involucrado en tan importante descubrimiento arqueológico", apostilla el noble de ojos azules. Y agrega: "Tanto Carter como mi bisabuelo eran hombres excéntricos pero con personalidades completamente diferentes. Al final trabajaron juntos dejando un legado excepcional al pueblo egipcio".
La única tumba real intacta
Y no exagera con la magnitud de la herencia. "La gran importancia de este hallazgo es que a día de hoy sigue siendo el mayor descubrimiento arqueológico de toda la humanidad", replica la egiptóloga Teresa Bedman, codirectora de la misión española que estudia en Luxor la tumba de Amen-Hotep Huy, visir del monarca Amenofis III (1390-1353 a.C.). El reinado de Tutankamón, perteneciente también a la XVIII dinastía, fue breve e intrascendente: Llegó al trono con 12 años y murió cuando rondaba los 20.
Pero su enterramiento ha sido el único de los descubiertos que ha estadoajeno al pillaje durante más de tres milenios. Lo que la vela de Carter arrancó de las tinieblas era una ínfima parte de los 5.000 objetos amontonados en la antecámara, la cámara funeraria, la cámara del tesoro y un anexo. Un ajuar suntuoso que se exhibe actualmente en el Museo Egipcio de El Cairo. Y totalmente desproporcionado para los 110 metros cuadrados en los que se desarrollaba la vida de ultratumba del sucesor del Akenatón, el rey 'hereje' que trató sin éxito de erradicar el politeísmo.
La virtuosa paciencia de Carter
Carter fue tan paciente al escudriñar las entrañas del enterramiento e inventariar su tesoro como pertinaz había sido al auscultar palmo a palmo la hendidura de Deir el Bahari en cuyas paredes rocosas los faraones horadaron su descanso eterno. El 17 de febrero de 1923, meses después del hallazgo, el arqueólogo retiró los ladrillos que sellaban la cámara funeraria. Y la mudanza del tesoro se prolongó hasta 1932.
"Fue un excavadorextraordinariamente cuidadoso tanto en la documentación como en la conservación. Empleó una década en descubrir toda la tumba", destaca Neville Agnew, especialista del Getty Conservation Institute, envuelto en el aire viciado que mece la atmósfera de la antecámara. Su prestigiosa organización, con sede en Los Ángeles, examina desde 2009 las heridas de las pinturas murales que custodian el gran sarcófago de cuarcita que guardaba –a su vez- tres ataúdes antropomorfos.
La de Tutankamón es, sin duda, la tumba reina del Valle de los Reyes. La que fascina a quienes peregrinan hasta Luxor (la antigua Tebas) y a la que –conscientes de su embrujo- las autoridades locales han brindado esta semana un austero y caótico cumpleaños. Con la esperanza imprecisa de que el faraón niño obre el milagro de reanimar un sector turístico arrasado por la revolución que derrocó a Hosni Mubaraky meses de transición política.
La malaria y el Mal de Kohler, las causas de su temprana muerte
La pasión y temprana muerte del rey, a cuyo estudio se entregó Carter hasta su muerte en 1939, aún proyecta sombras y suscita discusiones. En 2010 el ex ministro de Antigüedades, el mediático y polémico Zahi Hawas, sometió a la momia expuesta en la tumba a un exhaustivo análisis de ADN para determinar su árbol genealógico y las causas de su sepelio. En el primer asunto, el estudio sugiere que Tutankamón era vástago de Ajenatón y nieto del monarca Amenhotep III y su esposa Tiye .
Y en cuanto a su óbito, atribuye su salud quebradiza y sus taras físicas al hecho de ser fruto de un incesto regio. Tutankamón padecía el llamado Mal de Kohler (una necrosis avascular ósea) agravado por el paludismo. Sufría grandes dolores de huesos y caminaba con dificultad, como certifican los 103 bastones hallados en la tumba.
Hace 90 años, su presentación en sociedad y la muerte repentina de algunos de los protagonistas del feliz descubrimiento propagó el mito de la maldición. Lord Carnarvon, por ejemplo, falleció en El Cairo menos de un año después del descubrimiento, por una picadura de mosquito complicada con una neumonía. "Mi abuelo era un poco supersticioso y no solía contarnos la historia del hallazgo", asegura el bisnieto de Carnarvon. A su lado, su esposa Fiona asiente antes de pronunciar las últimas palabras: "Es una historia que ha recorrido el mundo. De España o Latinoamérica a Japón. Es increíble imaginar que una vela puede iluminar una instantánea de hace 3.100 años".